Ser docente. En sus zapatos…

Tras dos años de medidas de restricción, aplicados por la pandemia COVID-19, los maestros y los alumnos volvieron a encontrarse en los centros de educación del país. Y es ahora cuando vemos a los docentes readecuando su función; partiendo de que, solo con la reapertura física de las escuelas, no se podrán mitigar los efectos de la crisis en educación.

Por un momento pongámonos en los zapatos de los maestros:

Por mi trabajo en Azulado, he visitado durante años centros educativos y he observado una realidad que para muchos está oculta. La escuela siempre ha recibido a los alumnos con el equipaje del hogar, con los múltiples conflictos de relaciones humanas y carencias tanto emocionales como materiales. El maltrato en la familia, la escasez y la violencia son una muestra de las situaciones que viven a diario algunos niños, niñas y adolescentes y que con el confinamiento se exacerbaron.

De la noche a la mañana los maestros tuvieron que hacer frente al cambio de roles para enseñar a través de la virtualidad, una situación no planeada ni consolidada. Necesitaron enfrentar sus propios temores, situaciones familiares, económicas y de salud, adaptar su mentalidad, fortalecer su autonomía y recurrir a su creatividad para “conectarse” con sus alumnos a través de la tecnología… todo esto, siempre bajo el escrutinio de la sociedad.

Ahora, en la presencialidad y con los resultados poco alentadores del aprendizaje desde casa, he visto a los docentes enfrentar nuevos retos. Ellos están en los planteles tratando de motivar a los alumnos que han perdido el hábito de estudio, acogiendo a aquellos que están pasando o sobreponiéndose a traumas y enseñando, con algo de magia, a grupos con un nivel heterogéneo de conocimientos.

Hoy más que nunca debemos reconocer la labor de los maestros, ellos enfrentan el desafío de brindar apoyo psicosocial y emocional a sus alumnos, de crear ambientes de aprendizaje flexibles adaptando contenidos y métodos de enseñanza, pero, sobre todo, la historia les ha dado el rol de convertirse en Adultos Protectores, una labor que va más allá de lo esperado. Ustedes se preguntarán, ¿protectores de qué? Los niños, niñas y adolescentes son sobrevivientes de una etapa de confinamiento en la que se han multiplicado los casos de vulneración de sus derechos y hoy, tienen la oportunidad de encontrar en sus maestros ese adulto de confianza que, en la mayoría de los casos y gracias a su vocación, tiene la sensibilidad para escuchar, contener y amparar a sus pupilos.[i]

En los docentes está centrada la esperanza de salir victoriosos a estos años de pausa en la educación. Según cifras del Banco Interamericano de Desarrollo, “la pandemia podría causar una pérdida de 0,9 años de escolaridad en promedio, sumado a los efectos sobre la salud mental de los estudiantes, padres de familia, cuidadores y docentes”. [ii]

En este nuevo encuentro de la educación presencial, he podido observar que algunos maestros han tenido que desempeñarse también como psicólogos, orientadores familiares e inclusive terapistas de pareja… y me pregunto si ellos ¿valoran su profesión?, ¿saben lo trascendental de su papel en la historia de esta crisis?, ¿conocen el alcance que tienen en el proyecto de vida de sus alumnos y en el futuro de nuestra sociedad?

Con admiración, excluyendo cualquier tipo de juicio y con un renovado sentido de empatía, debemos reflexionar como sociedad, ¿alcanzamos a comprender las dimensiones que abarca la docencia?, ¿alcanzamos a imaginar al ser humano que hay detrás de cada maestro con sus emociones?, ¿tenemos conciencia del protagonismo que ellos tienen en la vida de nuestros niños, niñas y adolescentes?

De hecho, sus zapatos nos quedan grandes…

Lo menos que podemos hacer es agradecer su vocación, dignificar su labor y apoyar toda acción que busque fortalecer su desarrollo humano.

¡Feliz día, Maestros!

Por: Patricia Del Castillo
Educadora
Azulado

 

Fuentes:

[i] Word Vision Ecuador
[ii] BID

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