Ser papá es un motivo de orgullo. Es poder decir «yo soy responsable por ese ser humano, mírenlo». Este orgullo se combina con la nostalgia de saber que tu hijo tendrá ese tamaño, esa inocencia, esa dulzura, solamente durante un breve periodo de tiempo. Es pensar «debo poder recordar las ocurrencias de su niñez, porque luego ya no será tan divertido cuando crezca».
Así, los papás enloquecemos tomando fotos de nuestros hijos; queremos tener registro de todo: la ecografía y la foto en el hospital cuando nace, el primer diente, el primer día de clases, el partido de fútbol en la escuela, el dibujo que te hizo, el paseo en bicicleta, tantos bellos momentos. Y las fotos son para compartir, compartir esas alegrías, esos primeros días, esas primeras veces con quienes amamos.
Por eso no es raro que, si eres papá y si tienes amigos papás, nuestras redes sociales se ven inundadas por fotos de bebés, de niños siendo niños, de ver crecer a esos niños a través de sus fotos. Pero es precisamente este deseo de compartir esas alegrías lo que podría poner en riesgo la identidad, la seguridad, o inclusive la vida de nuestros hijos.
Mi hija tenía dos semanas de nacida, y le tomaba varias fotos al día. Así como uno no puede dejar de contemplar a su hijo, tampoco puede perder la oportunidad de tomarle fotos. Mi bebé se había dormido y le tomé la foto una inocente foto que –gracias a la maravilla del internet– tardó segundos en llegar a mis familiares.
Yo compartía esas fotos en el clásico grupo de Whatsapp familiar para que todos la vean. Lo usual es recibir las respuestas «¡Qué linda!», «¡Cómo ha crecido!», «¡Qué ternura!».
Ese mismo día, ya por la tarde, mientras miraba sin mayor atención a mi Instagram –el hobby de muchos–, vi precisamente la foto que le tomé a mi hija. Era una publicación sugerida para que ‘siga’ a mi tía en sus publicaciones. La foto de mi hija era pública.
Inmediatamente se me vinieron dos pensamientos a la cabeza: el primero que la identidad –y la seguridad– de mi hija estaba en riesgo. Antes de cumplir un mes ya había un registro en internet de su cara, de su familia, de quién es, con ubicación GPS y nombre completo. El segundo pensamiento fue que esa exposición de la identidad en ambientes digitales de mi hija era mi culpa. Yo había tomado la foto.

De acuerdo al informe de la UNICEF “Niños en un mundo digital”, el 81% de los niños menores de 2 años en 10 países de altos ingresos tenían una huella digital; es decir que había un perfil o imágenes de estos niños publicados en ambientes digitales.
Actualmente, la huella digital de niños y adultos puede afectarnos negativamente, puesto que nuestra economía va en una dirección en la que el historial en línea de los individuos puede superar cada vez más su historial crediticio a los ojos de minoristas, aseguradoras y proveedores de servicios.
Y en el peor de los casos, la información que compartimos sobre nuestros hijos –algo cada vez más común– puede dañar su reputación o incluso terminar dentro de las redes que intercambian materiales de abuso sexual infantil.
Como papás estamos llamados a proteger a nuestros hijos. Y esa protección no se entiende bien cuando se está en un ambiente digital, y muchas veces no nos damos cuenta a qué riesgos estamos exponiendo a nuestros hijos.
Desde la foto para el calendario de bebés –en la que gana la que tiene más “Me gusta”–, las fotos de nuestros hijos para promocionar nuestro emprendimiento, las fotos en el Facebook de la guardería, las fotos en ambientes íntimos como la bañera, la piscina o la bacinilla; o compartir fotos con el uniforme del colegio, frente a la casa, con la placa del auto; todos estos escenarios tienen en común dos errores: aportar datos personales en la foto, y hacerlas públicas.
Son errores concretos que podemos anticipar, así que pensemos en todas las implicaciones que esto puede tener. Hablemos también con nuestras familias para que nos ayuden con la protección a nuestros hijos en ambientes digitales.
Sí, somos los papás, pero no tenemos autoridad sobre la identidad digital de nuestros hijos. Y aunque ellos lo consientan, tal vez a su corta edad no entiendan todo lo que puede pasar. La identidad es nuestro bien más preciado. Cuidémosla.
Referencias:
- UNICEF. (2017). Estado mundial de la infancia 2017: Niños en un mundo digital. ISBN: 978-92-806-4932-1.
- Steinberg, S. B. (2016). Sharenting: Children’s privacy in the age of social media. Emory LJ, 66, 839.
- Lafrance, A. (2016). The Perils of ‘Sharenting’. The Atlantic.
- Iván Carrera es papá y profesor universitario. Desde 2019 lleva el proyecto Papá Científico un espacio para difundir vivencias de la paternidad y reflexiones desde el análisis científico.
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